Viejas Novias

Pequeños momentos de una vida cualquiera.

24 noviembre 2005

3. Brenda


Un tanto caprichosita la niña Brenda. Claro que para ser caprichosa y con éxito hay que tener algo que valga la pena. Brenda lo tenía: era muy fogosa.
La conocí un domingo a la tarde, al salir de la cancha luego de un empate insípido. Llovía y ambos nos refugiamos en un kiosco de la Juan B. Justo. Me hice el galán regalándole un chocolatín “Jack” y dio resultado. Aunque todavía no sé para quién, si para ella o para mí. A partir de entonces todo fue como se inició: siempre hacía falta algún regalito, de lo más variado, a veces podía ser un pequeño chocolatín y otras veces debía ser algo más importante: una ropita, una cena, una visita a sus padres, un viajecito a la costa, ir al casino, etc., etc.
“¡Qué terrible!”, puede pensar cualquiera. Lo “terrible” era que yo no me daba cuenta. Brenda tiene una habilidad asombrosa para manejar esas situaciones. Siempre resultaba airosa, conseguía su objetivo y, no sé cómo, lograba manejar las cosas con tanta inteligencia que daba la impresión de que al fin y al cabo hacíamos lo que yo quería. Una habilidad absoluta la de Brenda. ¿Qué era lo que yo quería? ¿Cuál era mi objetivo? Simple: pasarla bien, tener el mejor sexo posible y que no me rompan las pelotas. En definitiva: lo que quiere cualquier hombre.
Una vez me convenció para que me meta en una promoción de celulares tipo “2 x1” y le regale un celular a ella y otro a la madre. Entré como un chorlito, un gil. Claro que esa noche tuve una recompensa deliciosa. Después de esa noche comenzó el calvario: la madre la llamaba a cada rato. Brenda resultó ser de esas personas insoportables que hablan por celular a los gritos, sin el menor pudor, sin el menor respeto por el resto de la gente. No había forma de silenciarla. Decía que su madre era medio sorda pero Brenda gritaba siempre, hablara con su madre, su tía o sus amigas. Me causaba rechazo, vergüenza, desagrado, repulsión. Sonaba su celular y yo trataba de alejarme de ella, que nadie sepa que estábamos juntos. O Brenda no se daba cuenta o no le importaba un pepino. Más de una vez atendió llamados en el cine, en medio de alguna película y en medio de las puteadas que le propinaba el resto de la gente. Ella jamás se mosqueó. Su mamá la llamaba 3 o 4 veces por día, a cualquier hora. Una noche mientras hacíamos el amor atendió un nuevo llamado de su madre, como si nada. La dejé hablando, desnuda, sobre la cama. Junté mis cosas y me fui. Me subí al ascensor y todavía escuchaba la voz de Brenda meta parloteo con su querida madre.
(03092005 – Bogotá).